viernes, 5 de septiembre de 2008

Nada para hacer*

*Cuento publicado en la antología de "jóvenes escritores" Uno a Uno.
Ed. Mondadori. 2008.



Elijo uno porque si escribiera el verdadero principio tendría que remontarme a cuando me vine a estudiar a Buenos Aires y conocí a Mechi, también en el cupo “del interior”. Ella, morocha y tonada santafesina, llama más la atención; yo apenas tengo en mi léxico algunas variables distintas a las que usan los porteños para referirse, por ejemplo, a las facturas con azúcar negra o a la cinta adhesiva. Cosas que no sirven para definir una identidad de inmediato, menos al lado de ella y su falso vestuario autóctono: siempre polleras largas, camisas estilo hindú.
Mechi es más grande, dejó Letras (Universidad de Santa Fe) y no sé por qué vino a Buenos Aires: se la pasa sufriendo y vuelve a su pueblo todos los fines de semana. Las dos somos excelentes alumnas; nos creemos las mejores pero somos insoportables antes de dar un final: siempre decir “no sé nada” antes de sacar las mejores notas para después mentir “tuve mucha suerte, me tomaron lo que sabía”. El mundo debería odiarnos por eso. Pero todo empieza porque hay un concurso en un programa de cable para estudiantes de Comunicación, una competencia entre grupos. El canal llena a bajo costo parte de su programación (eso lo pienso ahora) y nosotros lo leemos como “oportunidad”, agradecidas de haber sido seleccionadas para estar ahí; Mechi, Ceci G y Laura, una chica a la que no conocemos mucho, bastante sombría, la profesora la impuso porque dice que es buena alumna. No tenemos opción. Sólo recuerdo que una vez discutimos después de un seminario sobre “libertad” o algo así, lo dictaba una psicóloga y cuando le
dije que si nacés pobre no hay libertad que valga, respondió: “Habría que incendiar todas las villas y listo, es como vos decís, si tienen padres chorros o madres putas
los nenes que bueno, un poco de lástima me dan, cuando crezcan van a ser igual a los padres”.

La dinámica es fácil, hay que hacer informes periodísticos y videominutos; dos equipos por programa, el mismo tema y distinto enfoque asignado previamente. Como cierre, una entrevista en vivo, la elección del entrevistado a cargo de cada grupo. Nos entusiasma la idea de trabajar “profesionalmente”, como dice el productor: camarógrafo a disposición, pensar mapa de ruta, guión y editar en tiempo limitado en las islas del canal. Sobre todo, nos motiva el premio: si pasamos todas las etapas ganamos una pasantía cada una (qué bueno trabajar con amigas). Hace rato acumulo experiencia por poco dinero en atención al cliente, telemarketing, un poco de producción en un programa de tele, redacción de gacetillas en una consultora que cerró sin
aviso, bibliotecaria y bedel de la isla de edición de la facultad. Mi mejor trabajo hasta ahora es el de cuidar a dos nenas (siete y nueve años) todas las mañanas. Me pagan puntual (cada tanto me hacen regalos) y con eso me alcanza para pagar la pensión (residencia para universitarios suena más elegante); igual a veces necesito algún préstamo.
Estoy lista para un trabajo en serio y claro que una pasantía en el canal debe serlo, aunque ahora no estoy tan segura. Necesito ganar más plata. Quiero comprarme libros, volver en taxi si llueve. No atrasarme con el pago de la pensión. Viajar a ver a mi familia cuando tenga ganas, sin que importe tanto el precio del pasaje.

Después de darle contenido por un mes entero al programa (no dije el nombre; ¿debería decirlo? Un amigo: “No podés participar de un programa en que la conductora se llame Canela”. Pero él es más grande, tiene más principios y casa propia, trabaja de lo que quiere y es muy intelectual), es decir de participar y ganar con muchísimo esfuerzo, pasamos a la final. Por no tener cable voy a ver el programa en que salimos al departamentito de una de mis amigas del interior;ella, con su snob grupo de proyectual, me dice que se aburren, pregunta si pueden cambiar de canal o por qué no me voy al cuarto así ellos que tienen que dibujar mientras fuman marihuana por lo menos pueden escuchar algo de música.
Es raro verse en la tele, casi molesto. Cuando hicimos la muestra de telares en el colegio fue el canal local a cubrirlo. Me preguntaron algo a mí, no sé por qué me eligieron. También mostraron mi tapiz, tan desprolijo en la parte de atrás, por suerte en la tele no se notaba. El periodista pregunta mi nombre, señala la obra y pregunta “¿Qué representa?”. Contesto: “Representa un sombrero”. Era un sombrero y se notaba, hoy no entiendo el sentido de la pregunta pero en el recuerdo queda la sensación de un momento desaprovechado y de todas formas no me doy cuenta de qué debería haber hecho. ¿Decir que el sombrero representaba otra cosa?

“Te sirve para foguearte”, dice mi amigo y sí, estoy contenta pero no sé bien qué es eso. ¿Cuando estás por grabar y los camarógrafos te tratan mal; cuando querés editar y los editores también te tratan mal a pesar de que llevamos sonrisas, respeto, gaseosas y buena predisposición? Los turnos de edición son a medianoche; suponemos que los viejos operadores están cansados y no se alegran con nuestra voluntariosa juventud. En el pasillo de entrada, cuadros con fotos viejas, el nacimiento de la televisión, Mónica y César y otras estrellas de “larga trayectoria”. Estamos en un museo que aún conserva piezas vivas; el conductor de la sección deportes del noticiero,
Santiago, es el único que nos saluda al entrar. Él y el tipo de seguridad que revisa nuestras mochilas cuando nos vamos cansadas a las dos o tres de la mañana.
Llegar a la final. Odio las universidades del interior: siento que corren con ventaja (y además Mechi y yo somos del interior). Los jurados van a conmoverse con esas imágenes: el tema es el contrabando; a nosotras se nos cayeron todos los entrevistados para el informe, así
que recurrimos a especialistas que nos hablen de política aduanera: aburridísimo. Los misioneros, en cambio, tienen emotivas imágenes de “las paseras”, momentos de alto contenido social y de denuncia, mujeres “de bajos recursos” que en bote trasladan mercancía robada; miedo, darse cuenta de ese exotismo a los ojos de la gente de acá; nos damos las manos por debajo de la mesa, las mías transpiran, la de Mechi también y la de Laura no.
El jurado —un miembro de Coca-Cola, el auspiciante del programa, y periodistas a los que no conozco— creerá que es políticamente correcto darles el premio a los misioneritos y sus pobres mujeres ladronas indigentes.
Pero no: repuntamos en los otros ítems. Somos “jóvenes revelaciones”. Escena elíptica en la que le doy la razón a los estudiantes de diseño. La simulación inocente y tibia de que nuestros padres están en la tribuna orgullosos el día de la final. La orden demasiado efectiva de que la gente que sí está en la tribuna venga a saludarnos, incluso aquella que vino a alentar al equipo que salió segundo. Nos causa un poco de gracia pero esa manera de cerrar el programa es bastante triste. Queremos ir a festejar pero Mechi dice que tiene pasaje para Santa Fe, que sale en un rato, y las otras que sus padres las están esperando para cenar en familia, me doy cuenta de que la única que quiere hacer algo festivo, o por lo menos una pizza, una cerveza, un cigarrillo, la recapitulación de todo lo vivido hasta la final, soy yo.
Llevo a mi pieza el premio de acrílico con el logo de Coca-Cola que en la base tiene una chapita con el título del programa, no dice mi nombre y es igual a la que les dieron a los que perdieron. La voz de Canela que habla del orgullo por estas jóvenes, de lo difícil de la decisión final. También, por supuesto, de la “oportunidad” de que “estas chicas hagan una pasantía en alguno de nuestros
programas y trabajen codo a codo con nuestros mejores profesionales”. Llamo a casa para contarle a mi mamá.
Nos seduce el concepto de “noticia narrativa”; el uso del montaje, la música, las historias de vida que caracterizan al noticiero central, recursos estéticos que son copiados con torpeza por la competencia. Creo que lo que me gusta es lo que tiene que ver más con la ficción, las noticias como peliculitas. Igual, ahora no sé si ese planteo está bien.

Cuando nos cruzamos en la facu, Mechi dice que adora a un cuarentón que hace un programa de viajes con el original título de “En el camino”. A mí no me parece gran cosa, pero viajar como trabajo es el sueño de cualquiera. Ella dice que muchos pagarían por estar en nuestro lugar y es una forma de decir, yo me alegro de que ésta, la tercera pasantía de mi vida, sea paga; no es una gran suma pero excede los viáticos; mi amigo se entusiasma porque van a pagarme “todo en blanco”, dice que es mi “primer trabajo en serio”. Hay que esperar a que llamen de Recursos Humanos, nadie del equipo tiene novedades pero se sabe que las cuatro pasantías se distribuyen a lo largo del año.
Ceci G y Laura son las primeras citadas. Las ponen a trabajar juntas a la mañana en la producción del programa de espectáculos de Catalina, la diva “seria”, grande, con una belleza nada convencional, quizá porque no es joven; tiene apariciones en “Telenoche”, la bomba informativa que dice “estas fueron las noticias” cuando en el otro canal dicen, todo el tiempo, “Hola Susana”. Pero la historia que quería contar tenía que ver con Mechi y a nosotras nos llaman meses más tarde, para ese entonces terminamos la cursada. Ella tiene que estar a las diez de la mañana y yo media hora más tarde. Lunes crucial y trascendente en que nos van a asignar un destino en el canal. Como cuando vamos a rendir un final, le pido que me llame en cuanto se despierte; suelo quedarme dormida con demasiada frecuencia (en especial en días importantes).
No me despierto tan tarde pero tengo el tiempo justo si tomo el colectivo en quince minutos. La ropa elegida desde anoche, la blusa que compré para las entrevistas de trabajo y un pantalón “de vestir”. Como cada vez que los uso, me siento disfrazada y con diez años más. Mechi no llama. Se habrá olvidado. La llamo y no contesta.
Debe haber salido.
Cuando entro por el pasillo de la fama, me sale una sonrisa: todos los días voy a trabajar ahí. Quizá hasta quieran que me quede después de terminada la pasantía. Pensar en la entrevista con Recursos Humanos me pone nerviosa, pero tengo demasiadas expectativas: todo resulta de lo más burocrático. Igual me dicen que soy la única asignada a “Telenoche”, “debés estar muy contenta”; esto hará que mi horario sea de 14 a 21, que se acreciente la calidad de mi CV mientras mantengo mis ingresos de baby sitter, lo que tal vez me permita ahorrar. Cuando estoy por irme, Recursos Humanos pregunta si sé por qué no vino mi amiga.
Cuando llego a la residencia después de haber cuidado un par de horas a las nenas que hoy estuvieron especialmente insoportables, atiendo el teléfono con ganas de que sea un llamado lindo. Pero es Mechi que dice que soy “inmoral”, “mala persona” y que la traicioné. Que ella se quedó dormida por culpa mía. Que yo debía llamarla. Que seguro lo hice a propósito y ahora ella quedó mal con “la empresa” y... No importa que le explique que me levanté sobre la hora, que sí la llamé pero que bueno, está bien, sólo una vez, tenés razón pero no tuve forma de adivinar, si te levantás a las seis de la mañana todos los días sin despertador, cómo voy a hacerlo a propósito... No llegamos a ningún acuerdo. Por lo menos me deja tranquila que confiese que en realidad tuvo la entrevista más tarde (¿cómo pensar que podía perderla?).
Cuando le digo que quedé en “Telenoche” y pregunto adónde le toca a ella vuelve la furia de que en “TN Ciencia”, ese programa de mierda que es un embole y que seguro si ella iba a la entrevista de las diez que perdió por mi culpa, podría estar en el noticiero o “En el camino”. “No pensé que fueras tan escaladora” (en vez de trepadora), grita, “no puedo creer que hayas cambiado tanto” y corta.

Mañana de cuidar a las nenas, se portan bien. Llevo la ropa que voy a usar en mi primer día en “Telenoche”. Debí traer otra: estoy vestida igual que para la entrevista, sensación de disfraz que con las horas se convierte en complejo de inferioridad u otro sentimiento parecido al que trato de sobreponerme. Una mesa grande y computadoras en círculo en un espacio con más mesas grandes con computadoras así. Cada “isla”, la producción de un programa; mucha gente y más televisores. Como nunca fui de mirar mucha tele y además, ya lo dije, no tengo cable, no sé los nombres de las caras conocidas que pasan por acá. Las chicas ya terminaron la pasantía a la mañana. Firmaron por tres meses el contrato y después chau. Preguntan cómo anda tal notero o tal productora no sé si con nostalgia, a veces tiran datos de la personalidad de algunos y de cómo hay que tratarlos y sienten que ayudan, alguna ventaja posible en saber que “Mónica es divina y a veces lleva bolsas de naranjas para regalar pero cuidado con la asistente de Catalina si te la cruzás”. También dicen que por ahí Mechi o yo tenemos suerte. Se basan en la leyenda de Fernandito para asegurar que tengo posibilidades. Fernandito, el productor de “Telenoche”. Hace dos o tres años entró “sin contactos” por una pasantía y después le renovaron el contrato sucesivamente hasta que por fin quedó fijo. Ahora puede leerse su nombre en los títulos que pasan por debajo de la pantalla a toda velocidad cuando termina el programa. Si él pudo, dicen, seguro alguien más lo logrará. Hay algo de solidaridad en el dato de Ceci G y Laura, que de todos modos viven con sus padres y no deberían angustiarse tanto por no seguir en el canal. “Hacelo por la dignidad del pasante”, dicen.

Pero el pasante, a priori, no debería cuestionarse cosas así, pienso ahora. (Antes no me hubiera privado de decir algo como “la dignidad es una situación...”). Un asistente de Recursos Humanos me acompaña al cuarto piso y me presenta a “Malena, productora ejecutiva del noticiero más visto de la televisión”. Mi jefa es morocha, alta, más o menos joven, habla y ríe a los gritos, es de esas personas que siempre me parecen enojadas. Sentate por ahí, dice y no me presenta a nadie. Doy la vuelta a la isla, veo la computadora apagada, sin silla. Miro a mis compañeros. Dos productores, el famoso Fernandito, un rubio hiperkinético que debe tener apenas un par de años más que yo y Mora, de esas morochas convencionales, un poco narigona, ojos saltones, vestida formal pero sin onda como las alumnas católicas de universidades privadas. También hay una rubia de rulos que se encarga de redactar el videograph y después tirarlos al aire y un redactor de los copetes que leen Mónica y César en piso. Casi no hablan. El redactor me da confianza, será porque es callado, es el más grande de todos y se sienta al lado mío. Posible aliado ideal. La rubia también puede serlo pero es todavía más callada que el redactor y cuando la saludo y busco la décima parte de un gesto parecido a la amabilidad, ella apenas me mira. Intento descubrir alguna silla libre y Mora se acerca y dice quién sos. Me presento sonriente. “Ah, Fernandito, mirá, acá llegó una esclavita nueva”. Fernandito levanta la vista. Silencio. Nos mira. Está a mitad de camino entre seguir la genial ocurrencia de su amiga o quedar como una persona educada: dice hola y sigue trabajando. Desde su lugar en la punta, la reina Malena escucha todo, se ríe y dice fuerte para que todos la oigan: “Sí, vamos a ver si te salvás de que te digamos esclavita”, y pasa el notero que además conduce “En el camino” y se pone a hablar con él. Estoy sentada frente a la computadora. El redactor me ayudó a conseguir una silla. La consigna es “leé cables. Si ves algo que te llama demasiado la atención como para cubrir urgente, nos avisás”. Selecciono, imprimo, espero que alguien pregunte si encontré algo y que lo que encuentro sirva. Por supuesto, no tengo criterio. Siento que no pasa demasiado, nunca me pregunté por qué una noticia es una noticia, ¿por qué estudio con tanto entusiasmo Teoría de la Comunicación?
Hay cables que son sólo declaraciones, otros un choque, una manifestación, un asesinato, piquetes en el interior, anuncios oficiales, denuncias de otros medios y eventos deportivos. A las tres horas le muestro a Mora lo que seleccioné. Dice que lo deje ahí arriba. Que cualquier cosa me avisa. Que siga leyendo cables. Así muchas horas.

A las 19.30 todos se levantan. El redactor me avisa que se van al control, ¿tendría que seguirlos? Los sigo. Malena dice que me quede cerca de la puerta pero sin molestar el paso. Dirige al director de cámaras y a los conductores y todo es tan vertiginoso como cualquiera pueda imaginarse, llegan tapes recién editados, algo de tensión, corridas, gritos, cuentas regresivas de “estamos en el aire” y momentos de rutinaria tranquilidad. Malena mira dos televisores: en uno “Telenoche” y en el otro “Hola Susana”. En los monitores se duplica parte de lo que está pasando acá pero con otra luz, todo plano y con más brillo, menos contraste, textura suave, otra realidad.
Ese día no hago nada más. Cuando hablo con mi mamá le digo que me fue bien pero decido contarle lo menos posible de ahora en adelante. En la distancia todo suena desproporcionado, fuera de escala, más grave o más chico o peor o mejor; parece una obviedad pero es cierto.

Me cruzo con Mechi en la fotocopiadora de la facultad. Las dos buscamos los mismos apuntes, nos quedan los mismos finales. Sale el tema pasantía. Me dice que el conductor de “TN Ciencia” es jujeño, amable, inteligente, buena persona. Que le deja hacer los guiones de cada informe, proponer notas y hasta editar ella sola. Que nunca imaginó que la fuera a pasar tan bien y a aprender tanto. ¿Será cierto o sólo lo dice para que me sienta peor? Le pregunto si sigue enojada conmigo, dice que no. Le ofrezco compartir los apuntes, pagar la mitad cada una de un solo juego y explica que, a diferencia de otras veces, ahora prefiere tener su propio material.
A las dos semanas empiezo a ir al piso de arriba a buscar la pauta publicitaria del Switcher Master para llevársela a Malena. A veces entro al estudio a llevar cables de último momento o vasos de agua a los cálidos conductores que llegan apenas cinco minutos antes de que empiece el programa. Mi rutina de hacer nada frente a los cables a veces se interrumpe: Malena o Fernandito o Mora me mandan a buscar un tape al archivo, donde un viejito “histórico del canal” me saca charla y me convida mate. No me demoro demasiado para que no piensen que soy inefi-
ciente, pero son momentos que disfruto. Otras veces, en el momento del “en vivo”, me mandan a que corra hasta el estudio de TN y elija un tape de los que están en una caja y lo lleve a “Telenoche”. Eso pasa cuando el programa queda corto y hay que rellenar con alguna nota atemporal los últimos minutos. La elección de ese beta es una decisión, pienso.
Otra tarde aburrida (sólo cables, encierro; no hay Internet ni chat) hasta que Malena me manda a llamar vía Mora, no entiendo el motivo, si estamos a poco metros. Dice que tengo que conseguir para una nota a un sacerdote que me hable de la nueva ratificación del Papa acerca de la imposibilidad de que matrimonios divorciados vuelvan a casarse. Regreso a mi asiento dispuesta a encontrar un sacerdote donde sea, por fin hay un objetivo, algo que no depende del azar de que algo tremendo se publique en algún cable y que “Telenoche” se entere por mí (casi todo el contenido del programa está definido cuando llego). No debe ser tan difícil encontrar un cura, es más, podría llamar a un arzobispo que. Mora se acerca demasiado: “Dejá, me ocupo yo, acá tengo a los más importantes de la Diócesis”. “Yo puedo hacerlo”, digo. Y ella: “No, seguí en lo tuyo”. La veo hablar por teléfono con su agenda secreta al lado, Ceci me dijo que todos esconden sus estúpidas agendas, ¿esa basura es información confidencial? Me dan ganas de llorar. Este lugar un mecanismo que no termino de descifrar, porque me sorprendo cuando “a ver nena, vení” y es
Malena que dice: “Tenías que llamar vos al cura, pero la hiciste llamar a Mora. No vas a desligarte. La verdad es que no tengo a ningún notero, así que vas vos con micrófono y camarógrafo y me traés una buena nota del cura retrógrado que te diga que los divorciados se van al infierno, ¿entendiste?”. Habla demasiado rápido, dice estupideces, seguirla no es difícil. “Mora no me dejó llamar. Y claro que te voy a traer una buena nota”. Estar petrificada leyendo cables incentiva mi “proactividad”, algo que otros jefes, supongo, considerarían una virtud.

El camarógrafo viene a buscarme y Mora me dedica una mirada inverosímil, de esas de las telenovelas que daban antes, cuando la tele todavía no tenía color, o peor, de cine mudo o de bruja de Disney. Vuelvo con la nota. “¿Cómo te fue?”, pregunta Malena. No sé por qué tanta displicencia en lo que digo, pero digo: “Bien, súper bien. Pero la verdad es que no es nada
nuevo. La Iglesia viene diciendo lo mismo hace dos mil años”. “Mirala vos a la chiquita. Me tira abajo una nota”. “Mi” nota va en los títulos (no me dejaron editarla a mí), con un locutor que con voz potente lee el gigante videograph: “PECADO GRAVE”. Según esta edición, es una de las noticias más importantes del día. En el control Malena mira a Susana que esta vez le compite con
un enano bailarín. “Mirá el monstruo ese que trajo, así no se puede”. Y en la pausa, ya distendida, con su humor característico (¿o lo dice en serio?): “Pongamos al mono jujeño entonces, que traiga una de sus notas y que las presente él, así nos compramos por lo menos por un rato a los negritos del interior”. A esta altura sé que el jujeño se llama Guillermo y que cada tanto mete algo de tecnología o medio ambiente en “Telenoche”, todos los días aparece por las islas de edición, me pregunto si estará dando vueltas por acá como otras veces; si ella habla así para que él escuche. Mi nota sale al aire, puede reconocerse mi voz que pregunta y Malena le dice al resto que la hice yo, lo siento como un reconocimiento público.
Cuando termina el programa, nos recuerda a todos el bochornoso resultado de la planilla de rating de ayer. Estoy por irme y alguien me agarra del brazo. Mora. Demasiada presión. Detrás de ella Fernandito controla que nadie nos vea o sólo la acompaña. “Nena, ¿sos estúpida? ¿Cómo se te ocurre mandarme al frente delante de Malena ¿Estás loca? ¿Querés terminar tu puta pasantía en paz? Es la última nota que hacés, ¿sabías? Deberías aprender más rápido. Y si tenés algún problema, me lo decís a mí sola, ¿estamos? ¿Qué es eso de andar buchoneando que no te dejé llamar a un cura boludo?”.

Al día siguiente el hermoso escenario visual auditivo de Malena: “Esclavita, vení para acá”. Sí, ya pasó eso de tener que ir a comprar cigarrillos, gaseosas y golosinas para todo el equipo. No me desagradaría trabajar de cadete. Me acerco y sin tono didáctico explica: “¿Te acordás de la nota que dijiste que no era ninguna novedad? Hoy fue tapa de Clarín. ¿Qué tenés para decirme?”. “Que me alegro mucho”. Miro la redacción. Todos parecen ocupados. Noteros de TN, productores, asistentes. Los que no hacen nada por lo menos charlan entre sí. Supongo que tengo que resistir. Tratar de que me den más trabajo. Paciencia y perseverancia mientras Malena sigue preocupada por el rating.
Al otro día llego decidida a, si no me dan nada para hacer, ofrecer mi ayuda a los de TN. En una conversación plagada de catarsis, Ceci G me dijo que ellos trabajan más tranquilos. Tal vez es un invento, lo dice como consuelo de algo, para ilusionarme con la idea de que hay lugares mejores o para no contar su propio fracaso, parece que al final soy la única que sufre en su pasantía, que disfruta más siendo niñera que viviendo una supuesta experiencia profesional. “No se pierde nada con probar”. La mesa de “Telenoche” está vacía, algo rarísimo, ¿a esta hora reunión de producción? Me siento y abro los cables. Nadie aparece. Ganas de revisar los cajones de mis compañeros, un deseo, un impulso, algo parecido a palpitaciones, me levanto, voy a ver si están cerrados con llave, ¿alguien me verá? Me quedo parada, dudo. Mejor no. Salgo a recorrer las islas de edición (a esta altura los editores me saludan). En una está el jujeño. Le pregunto si puedo quedarme a mirar cómo trabaja así aprendo. Dice que sí, me explica lo que está haciendo. No pasa mucho tiempo hasta que termino ofreciéndole mis servicios. “Si no me necesitan en ‘Telenoche’, ¿puedo venir a ayudarte a vos?” Vuelvo para ver si llegó alguien del noticiero. Nada.
Aparece Santiago de Deportes. “¿Qué hacés acá?”, pregunta. “No sé qué pasa, ¿por qué no hay nadie?”. “¿No te dijeron? Hoy transmiten desde la AMIA, porque es el aniversario del atentado.”
Nadie me dijo nada. ¿Qué pasó con mi inicial sistema de alianzas? Saniago dice en voz baja y mirando a otro lado, código mafia sobre todo por efecto de su voz de locutor: “Si me preguntás adelante de alguien, yo no te dije lo que te voy a decir. Esto queda entre nosotros. En ‘Telenoche’ todos los pasantes la pasan mal, Mora es una víbora, una arpía, nunca confíes en ella. Y a Malena no le importa nada, su poder nada más, ganarle a Susana y anticipar Clarín. Fernandito era buen pibe, pero ahora ves cómo está. Tené cuidado. Y ojo que yo en público jamás voy a decir lo que te estoy diciendo”. Lo que está diciendo no es para nada revelador pero su verborragia me hace sentir menos sola por un ratito. Lo imagino un romántico, el último bastión de algo. Ceci G me contó que está casado y es de ir con los travestis de Constitución, los de acá a la vuelta. Pero Ceci no distingue (yo antes tampoco) la verdad de un rumor. Santiago me da su tarjeta e insiste en que lo llame si necesito algo alguna vez. Después voy a pensar en llamarlo pero no lo hago por temor y vergüenza.
Malena entra en la isla de edición en la que estoy con Guillermo, que me habla de Mechi y extiende su pedagogía con pasantes no asignados formalmente. Guille debe necesitar ayuda, porque hago guiones, sugiero cortes, le busco algo de información (nunca se necesita demasiada), voy al archivo y le traigo material mientras él aprovecha para hablar por teléfono o salir un rato. Las “noticias narrativas” están reservadas para unos pocos, él no está entre ellos pero igual aprendo, estoy entretenida. Cuando las nenas preguntan qué hice en la tele, les digo que estén atentas a cuando aparece la voz del que conduce “TN Ciencia”, que yo ayudé a ese periodista. Una vez fui a un allanamiento de electrodomésticos contrabandeados, se escuchaba mi voz como en la noticia del cura, pero mis pocas notas siempre van a parar a la medianoche de TN, las nenas a esa hora duermen y además un poco se desilusionan porque para ellas estar en la tele es ser actriz. Me distraje. Estoy trabajando en la isla y llega Malena y dice enojada: “Qué hacés acá, nena”. Le explico que estoy sin hacer nada en “Telenoche” y que para no perder el tiempo... que ayudo a... Guillermo, que justo está conmigo pero se queda callado como si no tuviera nada que ver con el asunto. Obvio que Malena no deja que termine de hablar y exige que vuelva a mi puesto frente a los cables, “Que sea la última vez”. Igual no está bueno que Malena se enoje con uno. Y tampoco que Guille no haya dicho nada.

Malena tiene gripe, no viene. Queda un pelirrojo a cargo. Mariano usa remeras de CNN, se comenta que estuvo capacitándose en Estados Unidos. Tiene pose de canchero, como todo el resto del equipo escenifica esa suficiencia. Fernandito, Mora, Malena, él. Aprovecho para ir a la
zona de las islas de edición.
Son mis últimos días acá. Conozco más gente porque cierto carisma tengo, cometo errores como pasar un cable sobre transgénicos, algo de lo que, me entero después del lío que se arma, no se debe hablar en “Telenoche”. No guardo tanto resentimiento hacia el jujeño, que no me defendió en su momento. Está más distante conmigo, pero cada tanto me deja trabajar un poco en lo suyo y aprovecha para irse, parece que le sigo siendo útil. Gano en resistencia. A veces voy a llorar al baño. Pero creo que voy bien aunque el entorno no responda de manera óptima. Recordar eso de la oportunidad. Mariano me llama desde el pasillo. Dice: “Vení a mi oficina, por favor, que tengo que hablar con vos”. Creo que no se aprendió mi nombre pero por lo menos no me llama “esclavita”. Definitivamente me cae mejor que Malena. (¿Por qué no se queda engripada para siempre?) Entro a la oficina con amplio ventanal que da a la autopista, todo perfumado, varios Martín Fierro, cuadritos con certificados de estudios en el exterior, escritorio enorme y sillones enormes tapizados de rojo y azul con rueditas; siento que toda la situación es incómoda. ¿Para qué me llama a mí acá? Por un instante siento miedo pero enseguida pienso que tal vez Malena no esté más entre nosotros y él, tan responsable y sensible, quiere comunicárselo a su equipo (en este lugar nunca se habla de “trabajadores”; ahora me doy cuenta) pero de a uno, como buen líder nos contiene y apoya individualmente. Imposible, esas cosas pasan en la tele y yo no soy el equipo de nadie. Quizá quiera decirme que van a renovar mi contrato. Que quieren que siga trabajando para ellos. Algo poco probable pero. “Mirá, la verdad es que no me explico cómo es posible que te vayas de tu lugar de trabajo...”. “Quiero aprender, acá no hago nada. Guille por lo
menos me deja...”. Sé que no está bien interrumpir, pero ya está. “Mirá, acá no podés hacer lo que se te canta. Tu pasantía es en ‘Telenoche’. Mientras estés en ‘Telenoche’ no podés ir a ayudar a nadie de otra producción.” Vuelvo a interrumpir: “Pero ayudo en los informes que...”. “A ver si entendés. Vos tenés que estar en la mesa de redacción.” No puedo creerlo, trato de evitarlo, vuelvo a hablar pero lloro no sólo por todas las injusticias sino de bronca por llorar frente a este desconocido, que dice “calmate”. “Es que Mora y Fernandito no me dejan hacer nada, me aburro, por qué está mal que quiera trabajar”, digo mientras sigo llorando desconsoladamente, muy consciente de que es un grave error y a pesar de todo el esfuerzo por “parecer racional”. Estoy hundiéndome, ahora este imbécil va a pensar que estoy loca, sí, gracias por el pañuelo, estoy bien, no se preocupe, si piensa que no puedo soportar la presión es mentira. Respiro profundo, pido perdón y él dice si está claro que estoy a su cargo, que no tengo que moverme de mi silla a menos que me lo indique pero que ante cualquier problema cuente con él. ¿Esto es foguearse? No sirve para nada, pienso camino al baño y registro mi segundo error: haber hablado mal de “su equipo”.
En el baño una vez más. Previsible sucesión de hipo que quiero contener y no puedo y respiración honda profunda profundísima, control mental, las actrices de la tele harán lo mismo pero al revés, todo inducido, vergüenza de que alguien me escuche, este llanto es irrelevante, no tiene sentido pero me siento tan mal, cuando el tío se estaba muriendo mi mamá me retaba porque lloraba por estupideces, debía llorar por mi tío pero qué perverso, yo en realidad lloraba por él y no se lo decía para que ella no se sintiera mal, que difícil desenredar eso pero si lo pienso ayuda a dejar de llorar, también las cosas concretas, despojadas de todo efecto simbólico como que ya el estudio debe estar listo y tengo que estar ahí, ante cualquier requerimiento salir corriendo a buscar el beta de TN y tomar si tengo suerte esa decisión.
Me mandan al Gran Buenos Aires en remis a buscar a una familia, el hijo tiene leucemia a causa de tóxicos en el agua, denuncia hecha por “Telenoche Investiga”. Serán entrevistados por César en “Telenoche el noticiero”. Tengo la enorme responsabilidad de hacerlos llegar a horario al canal. El remisero no habla, quiero imaginar lo que viene pero no, no estoy en eso. Apenas agarramos la autopista me relajo y tengo la misma sensación de estar yéndome a casa o de ver los carteles que indican distancias y pensar en vacaciones.
En el control y en el piso, todos en posición. Llego con la familia a horario, creo que están contentos de estar acá, sobre todo la mamá, que me pide una lapicera porque quiere un autógrafo de Mónica, “Y de César también, ya que estamos, para que no se ponga celoso”. Les sirvo agua, el nene en silla de ruedas dice que tiene mucho calor, transpira. ¿Era necesario que venga? Estamos por salir al aire. El último bloque está dedicado a ellos, y más tarde, a las diez, el plato fuerte de cómo continúa la investigación en San Fernando, otros casos terminales.
Me quedo un rato en el pobre y despojado estudio de televisión, parrilla sofocante de luces blancas, cables en el piso, grúa. La familia queda al costado de una suerte de mampara, no hay lugar para que se sienten y todavía no pueden ocuparse los sillones para entrevistados. “Telenoche” es como el programa de Canela pero con muchos puntos de rating, demasiados empleados importantes y por momentos todo parece un poco más en serio. El estudio es igual de feo. El control seguro que también. Ahora no se ven las diferencias, cada uno está en su lugar, gente que se mueve, que se queda quieta, cosas que funcionan, horarios que se cumplen. La mamá pide agua o gaseosa para el nene.
Los tiempos vienen bien, traje la pauta y el Switcher Master no puso objeción ante la posibilidad de que la entrevista con los damnificados se extienda, “lo tenía previsto”. Malena como siempre un televisor a cada lado. En lo de Susana prometen un invitado especial antes de ir al primer corte y después revelan que la sorpresa es Palito Ortega.
Malena grita: “Qué hija de puta, la concha de su madre”. Y cuando aparece Palito se pone más guaranga y loca. Y veo caer lágrimas de dolor o de furia cuando mira al cantautor político llorar, porque primero lloró él, primicia exclusiva, en el programa de la rubia junto al monitor que muestra las noticias de Malena que grita “No puedo creerlo” y se levanta de la silla, le pega al televisor, se tapa la cara con las manos y gran sobresalto de todos. Mariano entra corriendo al control y la ve como la vemos todos, deshecha, como desfigurada, la voz del que confiesa se mezcla con las publicidades de la tanda de “Telenoche” que promete un “Telenoche Investiga Especial” y Mariano la abraza y se queda mirando el televisor de Susana con la misma cara de preocupación, “Ya está, ya está, ya vamos a ver qué hacemos”, dice y Malena todavía llora mientras Mora toma el puesto de Malena y dice “Estamos listos, vamos al aire en tres, en dos, en uno” y la música triunfal del programa me parece la mejor banda de sonido para este momento, Eddie Sierra, mis últimos días, yo en la puerta del control, los monitores y el estudio y los operadores, detrás en el estudio Mónica y César intercambian palabras amables con la familia damnificada, el gran cierre de hoy, así que por suerte no tengo que buscar ningún tape ni tomar ninguna decisión.



SONIA BUDASSI nació en Bahía Blanca pero vive en Buenos Aires,
es autora del libro de relatos Los domingos son para dormir (Entropía) y
de un libro de crónicas Mujeres de Dios. Cómo viven hoy las monjas y religiosas en Argentina (Sudamericana).
Es coeditora del sello de narrativa autogestionado Tamarisco (editorialtamarisco.com.ar
/hojasdetamarisco.blogspot.com). Trabaja en el suplemento de Cultura de Perfil y colabora con otros medios.